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Por Iris Mónica Vargas

Fragmento: “Es cierto: sin importar el lugar del que se hable, un turista raramente posee el detalle de reconocer, la introspección para comprender, o la sensibilidad para percatarse de, la presencia del anfitrión. El lugar visitado se convierte en un objeto simplemente, el vehículo a un propósito, y todo a su alrededor se mezcla inconsútil. Las personas desaparecen como individuos; son solo manchas de colores de formas irreconocibles, indistinguibles. Tal miopía, sin embargo, se torna especialmente evidente e incongruente cuando el turista y el anfitrión no son totalmente ajenos uno al otro, no son extraños, y sostienen entre ellos, presumiblemente, algún tipo de lazo o relación: una asociación para bien o para mal, que comenzó como una invasión en el año 1898, hace más de cien años.”

Para leer el ensayo, haga clic AQUÍ.

Este ensayo fue publicado en Medicina Social, del Departamento de Medicina Familiar y Social del Centro Médico Montefiore, Escuela de Medicina Albert Einstein (New York) y la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES), a través del sistema de revisión de pares.

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